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viernes, 28 de mayo de 2010

Delos orígenes

Delos orígenes

Si bien podemos pensar que las estatuas humanas son algo reciente al investigar hemos encontrado que hay constancias de que en el antiguo Egipto se practicaba esta forma de teatro con fines religiosos y hasta políticos, como la del ardid del faraón Seti I, hijo de Ramsés I, que obtuvo la corona por presentarse en la penumbra del templo bajo la apariencia de una estatua de su padre que, imprevistamente, desde su pedestal exhortó a los fieles a confiar en las dotes administrativas del joven príncipe. Quien, por supuesto, se había puesto previamente de acuerdo con los sacerdotes para ejecutar su número. Tirso de Molina en su obra El burlador de Sevilla y El convidado de piedra, se vale de un personaje precisamente de piedra que hacia el final de la obra cobra vida. También Shakespeare contribuye a esta tradición: en su extravagante "comedia mágica" Cuento de invierno , la estatua de la reina Hermione -dada por muerta a raíz de una reacción destemplada de su marido, el rey Leontes- se anima y da un final feliz a la caprichosa trama. Leonardo Da Vinci, para un fastuoso festejo en honor de su mecenas, Ludovico el Moro, duque de Milán, cubrió de pintura dorada a un niño que encarnaba al Siglo de Oro: el chico murió envenenado por el barniz. En los fastuosos "triunfos" que celebraban las hazañas de monarcas y guerreros, desde la Edad Media hasta comienzos del siglo XIX, era habitual que figurasen estatuas vivientes, alegóricas de linajes ilustres y virtudes personales.

Si bien estos ejemplos pueden citarse como antecedentes de “nuestras estatuas” a las que consideramos una expresión artística (siempre teniendo en cuenta los flexibles límites y definiciones propias del siglo XXI), creemos conveniente enmarcarlas, para aproximarnos a su arte, como producto de la confluencia entre Performance y Body Art.



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